Miguel Ángel Cortés.
La vida no consiste en evitar
riesgos. Eso es simplemente imposible. La vida está repleta de riesgos y no
podemos evitar que las amenazas externas incidan en nuestra vida. El objetivo
no debe ser evitar riesgos, sino vivir gestionando los riesgos con
inteligencia.
Esa gestión de riesgos exige, en
primer lugar, un correcto análisis de nuestra realidad. Debemos aprender
a percibir las cosas como realmente son y a analizarlas desapasionadamente. Sin
olvidarnos totalmente de nuestros sentimientos, ese análisis de la realidad
depende básicamente de la mente. Analizar es evaluar las implicaciones y las
posibilidades y tomar en consecuencia decisiones lógicas.
Veamos un ejemplo asombroso del
enorme poder de la mente humana. Garry Kasparov es, sin duda,
uno de los mejores ajedrecistas de todos los tiempos. Probablemente, el más
completo de cuantos han existido.
Kasparov nació en Bakú, la capital
de Azerbaiyán en 1963, cuando la república caucásica formaba parte de la Unión
Soviética. Huérfano de padre, su madre, ingeniera de armas atómicas, le enseñó
a jugar al ajedrez, tarea a la que se entregó con pasión hasta convertirse en
campeón mundial, título que ostentó desde 1985 hasta 2000.
Exhibía sobre el tablero un talento
arrollador, una energía inagotable, parecía conocer cada partida que se había
jugado antes, su determinación causaba terror a los rivales, por lo que se ganó
el sobrenombre del “ogro de Bakú”. Y, además, su capacidad de análisis era
inigualable.
Lo demostró el 20 de enero de 1990
en la que ha quedado como la mejor partida de la carrera de Kasparov. Ese día,
en un torneo jugado en Holanda, con el ajedrecista búlgaro Veselin
Topalov como rival, Kasparov, con piezas blancas, sorprendió en la jugada
24 con un audaz movimiento en el que parecía haber cometido un error ofreciendo
el sacrificio de una de sus torres. Topalov, tras quince inacabables minutos de
reflexión, mordió el anzuelo y emprendió lo que parecía una devastadora serie
de movimientos que iban a acabar con las piezas blancas.
El resultado fue justo el contrario
y Kasparov ganó con una espectacular combinación de movimientos. El cálculo que necesitó para convertir en victoria
ese sacrificio de torre está considerado una auténtica proeza del cerebro
humano. Kasparov fue capaz de anticipar mentalmente 18 jugadas. Ese
impresionante alarde de cálculo le permitió adelantarse mental y
emocionalmente a cualquier movimiento de su rival.
(Puede ver la
partida comentada por el propio Kasparov en: https://gameknot.com/annotation.pl?gm=216&pg=0 )
Evidentemente, no todos disponemos
de un cerebro como el de Kasparov ni de su asombrosa capacidad de análisis,
pero nuestra mente si está suficientemente dotada para afrontar un
análisis desapasionado de nuestra realidad. Y es un ejercicio
necesario, porque sólo así podemos esquivar uno de los peores enemigos
intangibles de la salud: la preocupación, una amenaza que la
mayoría de las veces proviene de dos esferas temporales en las que no
estamos: el pasado y el futuro.
Nada de lo que hagamos hoy puede
cambiar lo sucedido ayer, así que ya es inútil preocuparse por lo pasado.
Tampoco nos hacemos un favor preocupándonos desmesuradamente por el futuro.
Demasiadas veces nos preocupamos por cosas que jamás llegan a suceder. Lo mejor
es enfocarse en el único momento de la vida sobre el que podemos actuar: el
presente.
Este enfoque no significa que, a
veces, no existan razones reales para preocuparse. Son razones genuinas
derivadas de realidades: las consecuencias de un error, una enfermedad….Si esto
ocurre, lo ideal es mejorar de inmediato la situación mediante
un proceso mental de análisis y reacción, en tres fases:
ü
Planteemos qué es lo peor que puede
pasar
ü
Una vez situados en lo peor,
preparémonos para aceptarlo
ü
Y, aquí está la clave, después de
prepararnos para aceptar lo peor trabajemos con calma para contrarrestar
las posibles consecuencias.
William Shakespeare lo definió prodigiosamente: “El hombre sensato
no se sienta a lamentar sus pérdidas, sino que procura reparar sus daños”.
Garry Kasparov lo hizo magistralmente contra Topalov. Cualquiera de nosotros
puede hacerlo cada día.