ME EXIJO A MÍ MISMO MÁS DE LO QUE CUALQUIERA PUDIERA PEDIRME

LA EXCELENCIA

Construimos nuestra vida cada día, con cada acto que realizamos. Somos, por tanto, lo que hacemos. La excelencia, la grandeza, la armonía a la que debemos aspirar en nuestra vida no es, pues, un acto concreto ni siquiera una colección de buenas conductas. La excelencia es un hábito que debemos forjar cada día.

Es un impulso para aspirar siempre a lo mejor que podamos lograr, para no escatimar esfuerzos a la hora de exprimir todo nuestro potencial, para no rendirse nunca frente a las adversidades, para no doblegarse ante quienes quieren frenarnos.

La excelencia es un pacto con uno mismo, un compromiso para sacar siempre lo mejor que llevamos dentro.